
El vino Carlón
El territorio del vino Carlón

El vino es un elemento ligado a nuestra cultura mediterránea desde hace miles de años, ya que nuestro clima permite el cultivo óptimo de la viña, y ha sido clave en la evolución de todas las civilizaciones que han habitado este vasto territorio a lo largo de los siglos. Nuestro Vino Carlón es herencia de esta tradición vitivinícola que se remonta a la llegada de los griegos y fenicios a nuestras costas provenientes del otro extremo del Mediterráneo, y que fundaron los primeros asentamientos comerciales de la Historia.
Breve historia del vino en tierras mediterráneas
Los egipcios, hace más de 3.000 años, ya nos dan evidencias del prensado de la uva y de la elaboración de mosto en su cultura, que se esparció por toda la zona mediterránea a lo largo de los siglos gracias a navegantes y comerciantes. La primera evidencia de la producción de vino en la Península Ibérica la encontramos de la mano de los fenicios, que llegan a nuestras costas y empiezan el cultivo de la viña aprovechando las buenas condiciones climáticas y del suelo. Serán los griegos, sin embargo, quienes hacen más popular el consumo del vino en sus colonias de la península, como Ampurias, y extienden la cultura vinícola por el territorio.
Pero si tenemos que destacar una sociedad como gran difusora de la cultura del vino, esos son sin duda los romanos, que llegan a la península en el s. II a.C. e intensifican el cultivo de viña por todo el territorio, siendo los dos principales núcleos productores la Bética (actual Andalucía) y Tarraco. Podemos decir así que las actuales tierras del Maestrazgo ya eran conocidas por su cultura vitivinícola hace más de dos mil años, surgiendo un gran número de asentamientos y villas agrícolas alrededor de la Vía Augusta, arteria principal del Imperio Romano por la costa mediterránea hasta el sur. En nuestra zona, los romanos tenían una forma muy especial de elaborar el vino, dejándolo fermentar en habitaciones soleadas dentro de ánforas y cerca de las chimeneas, por lo que adquiría unas características y unas propiedades que lo diferenciaban claramente del de otras provincias.
Los visigodos, la siguiente cultura en habitar la península después de los romanos, supieron cómo continuar la tradición vitivinícola de sus predecesores gracias a todo lo que habían aprendido de ellos durante siglos de contacto. Aparte de ser un producto muy apreciado por sus cualidades (según la visión medieval, fortalecía el espíritu, aclaraba la mente), el vino era, a menudo, más seguro que beber agua ya que actuaba como “desinfectante” ante la ausencia de medios para depurar las aguas.
A inicios del s. VIII d.C. llega otra sociedad a la península, muy diferente de las anteriores, que será también determinante en la evolución de la cultura del vino: los musulmanes. A pesar de la prohibición del Corán de tomar bebidas fermentadas y alcohólicas, el consumo del vino parece que estaba generalizado entre la población común de religión islámica, dado, entre otras causas, porque el sustrato histórico de esa cultura tan avanzada se encontraba, sin embargo, en las culturas clásicas mediterráneas, como los griegos y los latinos. Los cristianos, evidentemente, sí lo consumían de forma habitual, y aunque la producción de mosto, de menor graduación y mejor aceptada socialmente por los musulmanes, fue la bebida más popular esos siglos, la producción vinícola no se interrumpió en la península.
Ya en tiempos de la Conquista, a partir de inicios del s. XIII, entran en juego unas comunidades muy importantes en la elaboración de vino: los monasterios. Con ellos surgirán algunas de las denominaciones más conocidas en todo el mundo como son Ribera del Duero, Rioja, Priorat o Penedés entre otros, muy vinculadas también a las peregrinaciones del Camino de Santiago.